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versos con Benjamín Prado



Es innegable que Joaquín Sabina es uno de los más grandes cantautores de todos los tiempos; las letras de sus canciones poseen una mirada y un matiz único, extremadamente poético y nostálgico en ocasiones; crudo, combativo, callejero, incluso arrabalero en otras; con claros tintes de ironía y sarcasmo, Joaquín Sabina es un cantautor de primera pero también el poeta urbano insustituible que siempre deja huella.

A caballo entre la música y la literatura, ejemplo de la poesía hecha música, algunos de los críticos más reputados han dicho de él que es “el gran maestro de la poesía española en el paso del siglo XX al XXI”, aunque curiosamente Joaquín Sabina no termina de sentirse cómodo en esa definición al uso de poeta.

Y a su vez, los garantes más puristas del parnaso no acaban de verle como un igual.

Pero lo cierto es que, si de Neruda se decía que era el poeta del pueblo, Sabina es el poeta que ha dado voz a los perdedores.

A los que aman a su mujer, pero no pueden evitar andar con otras; a los que permanecen anclados en el pozo del alcohol y la droga; a los que ya no creen en la vida; a los que el amor trata de forma inmisericorde; a los que rezan a la nada más absoluta; a los que han perdido los ideales de su juventud. A todos estos es a quienes canta el poeta de la melancolía.

Parece claro que Joaquín Sabina no es un poeta al uso. Aunque haya escrito poemas desde adolescente –desde los 14 años, cuando escribía sus primeros versos y componía para su primera banda: los Merry Youngs- Aunque siempre haya querido ser escritor.

Esa especie de contradicción queda patente en sus propias palabras cuando dice que la vida le llevó a ser cantante y agradece que así sea ya que – según dice- “ es más excitante gritar la poesía a la gente desde un escenario”, o porque "en la última parte del siglo XX y en esta primera del XXI, los lectores de poesía somos diez o doce y cabemos en un taxi".

Pero por fortuna, además de gritarla, ha puesto por escrito sus letras y poesías en libros que son pedazos de vida, como los poemarios y recopilación de letras “Memorias del exilio”, “Ciento volando de catorce”, “Con buena letra” o “Esta boca es mía”... por nombrar sólo algunos de sus trabajos

Joaquín Sabina en las distancias cortas es más Joaquín y menos Sabina. Llama la atención que no aparenta los sesenta, da al ojo su cuerpo menudo y su aguda mirada, su pelo recién cortado y la barba arreglada. Atrás ha quedado el pájaro que fue, a cientos, volando; para caminar ahora por la vida, a lomos de una sosegada madurez, entre versos y acordes.

En sus letras y canciones, Sabina te cuenta su historia: la de un drogadicto, un putero, un alcohólico, un idealista derrotado, un caradura, un mujeriego, un lobo solitario... y se hace querer. Por eso cuando lo tienes enfrente, compartiendo mesa y cena, casi esperas que te arrolle el desparpajo de su voz quemada, pero resulta que tras Sabina, es Joaquín el que te cuenta que no lleva bien haber dejado el tabaco o que no quiere tomar nada dulce porque anda a vueltas con el estómago.

Da la impresión de ser en realidad mucho más tímido de lo que aparenta. Y no sé cómo sería hace un tiempo, cuando dicen que no salía de una para entrar a otra juerga; que un día tras otro, quemaba la noche madrileña. No lo sé, pero me lo imagino. Algo de eso aún reluce cuando le preguntan por su día perfecto y él lacónico dice: “Mi día perfecto... sería de noche..”.

Ha venido a recitar versos con Benjamín Prado. A Benjamín le han tildado de “enfant terrible” de las letras, poeta maldito y no sé qué más, pero a mí me parece un ser absolutamente encantador. Con una fina ironía, una sonrisa deslumbrante, genio torero y una simpatía con duende, de esas que hacen que todos a su lado se queden de él prendados, es verle y casi instantáneamente, tomarle un aprecio especial. Un aprecio que se hace grande cuando le has leído previamente y le escuchas recitar con voz de ángel, unos versos buenos, de puro veneno.


A tenor de la buena crítica, Benjamín Prado es un escritor puntero y poeta versátil que brilla con luz propia en el panorama literario español. Su obra tiene una importante resonancia internacional y ha cosechado numerosos éxitos con sus novelas, ensayos y poemarios.

Con su primera novela titulada “Raro” consiguió el aplauso de un buen número de seguidores que consolidó con obras como “Nunca le des la mano a un pistolero zurdo”, “No sólo el fuego” –novela con que obtuvo el XIV Premio Andalucía de Novela- o “Los nombres de Antífona” –premio de ensayo y humanidades José Ortega y Gasset 2002-. Es autor de varios libros de poesía, entre ellos “Ecuador”, “ Asuntos personales” o “Cobijo contra la tormenta”. Pero quizá lo que más fama le ha dado es el hecho de haber escrito mano a mano con Sabina canciones como “cuando aprieta el frío”.

Reconoce la influencia que ha tenido en su obra la música y el cine; pero fundamental y radicalmente influido por el poeta Rafael Alberti, llegó a dedicarle un libro “A la sombra de un ángel” donde relata los 13 años de amistad compartida con el poeta gaditano. Habla de Alberti como se habla de un padre y de un maestro, como se habla de un amigo y de un compañero de juegos. Sólo él sabe hasta qué punto se influyeron el uno en el otro, porque en sus últimos años de vida, Alberti no sabía salir a la calle sin su “Benja” del brazo.

José Luis García Martín le incluyó en su “Generación del 99”. Benjamín ha dicho a este respecto que "aunque en un momento estuvo más bien, entre un montón de degenerados, ahora que se ha corregido ya no le apetecen ninguna de las dos cosas: ni los degenerados ni las generaciones". Benjamín Prado considera que “contar y sugerir” son los dos verbos más importantes cuando uno se pone a escribir y confiesa sin pudor que Bob Dylan es “lo más que le ha pasado y le pasará artísticamente al mundo”.

Últimamente escribe y publica junto a Sabina de quien ha dicho, lejos de toda etiqueta, que trabajar con él es sobre todo, una gran diversión.

Joaquín y Benjamín son amigos y se nota. Viajan juntos con sus parejas en la misma furgoneta, conducen por tiempos y en la cena van intercalando anécdotas, saltando de un tema a otro, con esa complicidad tácita de los que han compartido ya numerosas vivencias. Habla de “el catalán”, refiriéndose a Joan Manuel Serrat, con quien Sabina ha recorrido a lo largo de 2007 más de 30 ciudades españolas y 20 americanas en el marco de la gira “Dos pájaros de un tiro”. Entre risas, recuerdan la costumbre que tiene Serrat de abrazar al cocinero de los locales a donde suele ir a comer. Con la particularidad de que “el abrazo del catalán” sólo llega cuando la cena ha sido pésima, con lo cual es un sello indeseable y desconocido para muchos que –entre carcajadas, contaban Sabina y Prado- se quedan tan satisfechos al recibir el agasajo corporal...


Va Joaquín Sabina camino de inventar, si no lo ha hecho ya, los fans de la poesía. Desde que se anunció su charla con Benjamín Prado, hubo gente que hizo cola desde las cuatro de la mañana para conseguir una entrada. Y en el auditorio donde van a recitar, ya no cabe una mosca. Hay gente de pie, también llevan aquí varias horas, y aún así, el gentío está rendido de antemano. ¿Cuándo se vio este afán de masas para escuchar poesías?


No hace muchas fechas, Luis García Montero advirtió al público en un acto parecido al de esta noche que no estaban sólo ante un crápula nocturno, sino ante un poeta que ha sabido medirse en lo más difícil, el soneto. Recordó el mundo propio que envuelve los poemas del cantante desde que se iniciara con la rima mucho antes de coger la guitarra, incluso antes de su exilio en Londres, y señaló que en su obra poética 'hay de todo menos azar'.

Ya lo dijo el gran poeta recientemente fallecido Ángel González cuando aseguró que “si al joven Sabina no se le hubiera cruzado una guitarra tendría hoy una bibliografía más extensa que su discografía”. Pero la guitarra se cruzó y vaya que si se le cruzó, porque la pidió él mismo a su padre el día en que aprobó cuarto de bachillerato y reválida en vez del reloj de pulsera que pensaba regalarle su padre. En cambio, su hermano mayor sí que aceptó el reloj y, según Joaquín, ese pequeño detalle sería el que los empezaría a distanciar: su hermano se acabaría convirtiendo, como el padre de ambos, en policía y él en cantante.


En los textos de sus canciones, que "quieren ser un mapamundi del deseo" y que hablan de "las bocas que nunca fueron mías" y de su "mala salud de hierro", asegura sentir la influencia de la novela negra por ese padre policía, y porque cuenta que una de sus "primeras lecturas fascinantes" fue la revista de la policía española, "donde venían todos los casos de asesinos y ladrones, que fueron los héroes de mi infancia". Pero a la vez en su más profunda influencia está Quevedo y Elvis Presley y tantos otros que han calado en su voz y en su alma hasta llegar a ser quien es hoy.

Sea como sea, la poesía de Sabina salta de los libros para salir a la calle: sólo desde su voz y su guitarra puedes viajar hasta un bar de mala muerte a las cuatro de la madrugada; sólo con él podemos sentir en un poema la esencia del submundo, de lo golfo y canalla ... y sentir afecto por ello. Eso no es fácil de lograr, si no se es un artista indefinible, genial y transgresor como Sabina.

“Me gustaría que Belcebú me devolviera mis cuarenta años.. eso me gustaría”, asegura un Sabina tocado del ala –para bien, dicen muchos- después de sufrir en 2001 un infarto cerebral –él lo llama “el maricharalazo”- que puso su vida en peligro y le llevó a replantearse muchos de sus hábitos, como el tabaco, y tomarse la vida de otra manera tras verse inmerso de forma paralela al problema físico, en una importante depresión.

Hace unos días, en la presentación de su “Antología de poesía para jóvenes” Joaquín Sabina y Benjamín Prado, en compañía de Luis García Montero rindieron un homenaje al poeta Ángel González. Dijeron en esa ocasión, ensalzando la obra del poeta asturiano, que “Todos los libros de Angel González son necesarios e imprescindibles” y subrayaron en aquel foro que les unía a todos la calidad de viudos inconsolables del poeta.

Recuerdan emocionados a Ángel González. Y Joaquín Sabina dice de él que era un poeta “transparente”, que tenía “una modestia convertida en ironía” y “una mirada conmovedora sobre casi todo”. Sabina calla y se le pierde la mirada. Pero luego ataca. Antes de salir a recitar, son casi sus últimas palabras: Fueron los versos de Angel González los que nos enseñaron “a qué olía la posguerra” y “a qué sabe el amor cuando no es cursi”.


Enhorabuena Benjamín y Joaquín por vuestra amistad... y que la mantengais para siempre...
!Vaya par de ejemplos para la amistad, para la literatura, para la poesía y para la Academia de la Lengua¡




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@Tras las huellas de Sabina











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