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Testas coronadas. Primera entrega

La prima donna Elizabeth
sacerdotisa del aleph
del anglicano,
nunca fue fan de lady Di,
ni de la Ferguson Ortiz
Rocasolano.

La monarquía es un cohecho
que a las parejas de desecho
ningunea,
en alma propia lo ha sufrido
la sangre azul del prometido
de su fea.

Pero al orejas su Camila
lo pone a cien, támpax con pila
duracell.
Windsor graffiti de excusado:
“God save the queen, muera el malvado
Peñafiel”.

Y cuando primogeniCharls
luce, si toca abrir el vals,
falda escocesa,
seduce a la que menos debe,
hurra por prince Carlos el breve
y su princesa.

Duque consorte de Edimburgo,
porte real, Antonio Burgos
con medallas,
derrama amor, malaya guerra,
solo entre Ascot y el polo cierra
la muralla.

En Covent Garden butterfly,
la Thatcher dijo que nanay,
fastos nupciales,
en Abbey Road el roquerío
se la llevó al lorquiano río
de Escocia y Gales.

En una cama caben tres,
menos la cuarta que por pies
sale de naja,
y en un crucero decidió
que Harrod’s era el Nueva York
de las rebajas.

El canterbúrico arzobispo
adorna artúrico el aprisco
de la verbena,
cisma letal, ni sé ni sabo
carisma impar de Enrique octavo
y Ana Bolena.

Buckingham Palace se arrodilla
al sun de la prensa amarilla
dando tumbos,
el benjamín del buen rollito
cultiva el pedo y el porrito
y los gayumbos.

Se unieron por lo criminal
después por lo municipal,
Blair de padrino,
tercera vía del cobarde
Azores, Bush siniestro alarde
Aznar y trino.

No han de faltar republicanos
que entre Diana y los hermanos
de su hermana,
flipen con lengua nazarena,
por la postrera nochebuena
casquivana.

Por resumir, por acabar,
ladren ustedes en Hyde Park
Speaker’s Corner,
el coño es un otoño en flor
oso y madroño, Maldoror
de Maritornes.

Joaquín Sabina. Windsor’s Castle, marzo 2005
Publicado en Interviú

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@Tras las huellas de Sabina



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