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su rostro, su planta y sus huellas








Su deseo de emular a Bruce Spreensten quedó patente en las primeras grabaciones.





Por fortuna, las cosas volvieron a su sitio algún tiempo después.

El tiempo que Joaquín Sabina necesitó para ir, poco a poco, configurando su rostro relleno de un inmenso paisaje de historias interminables y urbanas, dando vida a miles de personajes y modos de cantarlos.




Más cañí que su ídolo norteamericano, igual de universal, el de Ubeda se ha convertido en un maestro del ripio y la paradoja. En un poeta, en fin.
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Sabina no ha dejado de fumar, ni de beber.

 Tampoco ha dejado de empolvarse, de cuando en cuando, la nariz, dejando atras los efectos del marichalazo y del miedo consiguiente.

Atrás también han quedado noches de insomnio consagradas a escribir versos.

A partir de ahora, la vida volverá a ser una noche. Como ha sucedido casi siempre.
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A este soldado de la palabra le han colgado todas las etiquetas posibles: trovador, cantautor, poeta urbano.

 Demasiadas definiciones que no son más que el reflejo de una evolución natural forjada a golpe de talento y trabajo.







Y, aunque el éxito le sonrió pronto, su inconformismo le ha alejado de las tendencias lógicas.

Porque Sabina ha demostrado que cada vez es más escritor.

Y el resto, pese a quien pese, así lo han reconocido.



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Canciones clásicas de su repertorio, versiones nuevas y alguna joyita desconocida nos ponen en contacto con la experiencia vital de un individuo tan joven y tan viejo creador por cuenta propia. Escuchar un concierto de Sabina es como asistir a un recital poético
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Sabina demuestra conocimiento y genio para enfrentarse a un oficio según los dictados clásicos.

Y esa demostración es su victoria frente a los que sólo pueden presumir de haber hecho carrera gracias a un premio por encargo, a una palmada en la espalda, a una puñalada también por la espalda, a una subvención con cargo a fondos públicos y a la disciplina de un partido político.

Mientras unos, intelectuales de despacho y secretaria, escriben en revistas que sólo leen sus iguales, otros se baten el cobre. Así, a quemarropa.
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Joaquín Sabina es inimitable... y por tanto "su rostro y sus poses" permanecerán para siempre en nuestro recuerdo y en nuestra historia.

Es la apuesta personal de este artista por mostrar su búsqueda de novedosas y complementarias formas de expresión en un afán por alcanzar el arte total, al estilo de Da Vinci.



@Tras las huellas de Sabina



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